El 15 de abril de 2000, el rey Carlos Gustavo y la reina Silvia iban conduciendo de madrugada en dirección a Copenhague para recoger a uno de sus hijos en el aeropuerto de Kastrup. Los testigos que presenciaron aquel viaje aseguraron haber visto el Ferrari azul a velocidades que sobrepasaban los 240 kilómetros por hora. Sin embargo, el rey haría, posteriormente, una declaración oficial a la agencia TT, en la que afirmaba que iba a una velocidad «no superior a 140».

El amor que Carlos Gustavo de Suecia siente por los coches rápidos ha dado lugar a amplias críticas en todo el país, dado que el monarca goza, por ley, de inmunidad ante la justicia y frente a investigaciones penales de cualquier naturaleza. En consecuencia, su majestad no sólo se ve libre de inconvenientes molestos, como los de recibir multas de tráfico por exceso de velocidad, sino que tampoco sería responsable de cualquier error o negligencia en que pudiera incurrir. Incluso en el caso de que pudiera herir o causar la muerte a un tercero. Su hija Magdalena, por el contrario, no está exenta de responsabilidades civiles o penales.