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ATLANTA. El cursor se desplaza a golpes, de izquierda a derecha y, después, de arriba a abajo en la pantalla del Macintosh, donde se alinean las letras del abecedario como en un teclado. Parece dudar en una letra, slata otras varias, desaparece a la derecha y vuelve a reaparecer una lína más abajo. De pronto, se queda quieto sobre la J y teclea. Vuelve de nuevo a la parte superior de la pantalla y retoma su insegura búsqueda, salta de letra en letra y se detiene sobre la O.

Despues de lo que parece una eternidad y tras decenas de movimientos, aparentemente anárquicos del cursor, un nombre surge en el espacio consagrado al texto: JOHN. Un hombre tan inmovil como la cama en la que reposa y tan silencioso como el ordenador instalado al pide de la misma mira fijamente a la pantalla.

John es literalemnte un muerto viviente. Desde la hemorragia cerebral que le dejó tetrapléjico en el mes de Enero de 1998, este jornalero de 52 años vive en la presión impenetrable de su cuerpo, convertido en un peso muerto inútil, victima de ese síndrome del encierro cuyo horror contó Jean - Dominique Bauby en su libro La escafandra y la mariposa.

Los ojos y el movimiento de sus puplias son la única huella de vida en su rostro. Y sin embargo, acaba de romper la malla oscura en la que está encerrado su espíritu, escribiendo su nombre en la pantalla de un ordenador. Simplemente con el pensamiento.

Hace solo un año que la máquina fue conectada a su cerebro por el doctor Philip Kennedy, que sonríe cuando evocamos la figura del doctor Frankestein, "lo único que intentamos hacer es ayudar a unos enfermos que ya no pueden comunicarse con el mundo a hacerlo a través de un ordenador" explica modestamente este neurólogo nativo de Irlanda que nos recibe a las afueras de Atlanta.

El doctor Kennedy es el Inventor del sistema que le concede a John el don, hasta ahora mágico, de la telepatía: la capacidad de actuar sobre las cosas por medio del pensamiento. El principio es sencillo. "Toda actividad psiquica tiene una base física" explica pacientemente el médico. Una actividad que se traduce en el cerebro a través de descargas eléctricas emitidas por las neuronas.

"Todo lo que hacemos, en cierto sentido, es realizar escuchas en el interior del cerebro.Captamos sus señales y las transmitimos interpretándolas al ordenador, es decir, reestablecemos la conexión",  añade el doctor Kennedy.

Hace 12 años, tras mucho tiempo de investigaciones sobre las escuchas electrónicas del ceregro y la regeneración de los tejidos nerviosos, Kennedy concibió  un implante que pudiese permitir "escuchar el cerebro" Este electrodo neurotrópico es un cono de cristal vacio de 1.5 milímetros de alto y de 0.1 a 0.4 milímetros de diámetro, es decir, algo así como la bolita de la punta de un bolígrafo.

Este cono contiene dos filamentos de oro que pueden registrar una corriente eléctrica de baja impedancia. Tambien contiene elemntos neurotrópicos, es decir, sustancias orgánicas que ayudan a los tejidos a reconstituirse. Durante los tres meses que siguen a la implantación de este electrodo, las células nerviosas que lo rodean se vinculan por medio de dentritas al tejido que es reconstruido en el cono, creando en él, tal y como explica Philip Kennedy "una especie de microcerebro"

Un mando a distancia

Y de pronto el implante es estable y siente las descargas de las neuronas vecinas. Los signos captados y amplificados son transmitidos al ordenador (siguiendo el principio del mando a distancia de la televisión) que traduce las órdenes dadas por el enfermo.

El neurocirujano Roy Bakay implantó dos de estos electrodos en el cerebro de John, "Antes determinamos, gracias a un escaner, cual era la zona del córtex activada cuando John quería mover su mando derecha" precisa el doctor Kennedy.

"Hemos colocado el ra´ton del ordenador en el cerebro del enfermo" resumía el doctor Bakay, cuando anunciaba el exito de la experiencia ante un congreso de neurocirujanos en Seattle. El ordenador se ha convertido en una protesis del cerebro. Evidentemente, John está muy lejos de poder utilizar el teclado del ordenador como usted, y nadie puede asegurar que llegue a hacerlo.

Primero se limitó a dirigir el cursor para hacer click sobre una serie de iconos que activan una voz artificial. La imagen de un cubito de hielo desencadena la voz electrónica que se queja "Tengo Frio" Después intentó teclear frases, sus esfuerzos son improbos. Duda se equivoca, vuelve a comenzar y vuelve a equivocarse, como si fuese un bebé que estuviese intentando encajar cubitos para formar una casaa.

De todas formas, "está hecha la prueba de que es posible comunicarse y actuar, solo con el pensamiento" asegura Philip Kennedy, Y sobre todo, de una forma duradera (el impante cervical de John tiene un año y por ahora no se ha presentado signo de rechazo o de lesión) y estable.