JUAN ANGEL GARCÍA RENESES - IN MEMORIAM
Juan era un martillo pilón, inmisericorde a la hora de recordarnos las obligaciones contraídas pendientes de cumplimiento. Pero encerraba una dulzura del ser humano tierno que era, dispuesto siempre a aliviarnos de nuestras dolencias, incapaz de zaherir a nadie y con dosis casi heroicas que transmitía para insuflarnos capacidades para superar las dificultades que a todos nos aquejan, de forma puntual o como ingrato compañero con el que lidiar para toda la vida.
Sabía cómo tratarnos. La enfermedad, sobre todo las de la médula espinal, era su enemigo, único, no invencible, según él. Incitaba al esfuerzo. Con voz grave, muchas veces con tono subido, te sacudía, justo hasta el límite que él veía en ti como infranqueable, pero tratando de ponerte una meta un grado más allá, con el propósito estimulante de hacerte ver un horizonte más amplio cada vez, sin rendición, exprimiendo tus convicciones y tus fuerzas. Un genio y todo un carácter.
Tenía una vehemencia contagiosa, exigente al tiempo, en aras de conseguir por encima de todo su virtud, su fuerza sanadora.
Patinador, deportista, baloncestista en sus años más jóvenes, andariego o corredor, acuarelista de pro, polifacético, pues, coleccionista de tarjetas postales, sonrisa a punto en todo momento, dispuesto ante cualquier eventualidad o dificultad de cuantos le rodeaban, generoso en la amistad, cariñoso con sus hijas, de entrañable cariño con Isabel, provocador de lo bueno, incansable en sus afanes de galeno, médico hasta la médula de la médula, suya y de los demás.
Y a eso dedicó el mayor y mejor de sus esfuerzos. Enseguida encontró el camino. Una senda en la que nos involucró. Arrollador como era, no resultaba fácil negarse a sus iniciativas, su entusiasmo te envolvía, tenías que plegar ante sus sugerencias, manera sutil de mandar a la que no podías negarte.
Así surgió su querida AESLEME, la Asociación que fundó para el estudio de la lesión medular espinal hace ya más de treinta años y cuya labor de prevención tenía el lema “Te puede pasar”.
Su idea cuajó, y hoy ya son más de tres millones las personas en edad de riesgo a las que llegaron sus conferencias, siempre a cargo de un parapléjico/tetrapléjico en su silla de ruedas y un médico de la especialidad, con resultado de haber alejado a muchos de caer en las prácticas que podrían llevar a un fatal accidente. Simple, directo, precavido, alerta ante las conductas irresponsables, señalando esos posibles errores mediante dibujos, al comienzo todos de su propia cosecha, sabio, contundente pero siempre tierno, cercano, comprensivo. No en balde era “ángel” de segundo nombre. Te daba alas al tiempo que, como Dédalo señalaba a su hijo Ícaro los peligros, te advertía de los riesgos en que no debías incurrir.
Mención especial merece su afición por el Estudiantes. Forofo, sufridor, exigente siempre al menos con respecto al esfuerzo. Él mismo había sido jugador impenitente, como buen alumno del Ramiro de Maeztu, junto con Aíto y Foquita, hermanos y también excelentes competidores, otra saga de nuestra cantera inagotable, Nevera y aledaños, imperecedera en nuestros recuerdos, lugar en que tantos sudores derrochamos, al jugar o al verlo hacer a otros muchos y a todas horas, a veces en condiciones inclementes.
Hace solo unos días una rápida enfermedad lo ha apartado de nuestro cuerpo. Nuestra alma, nuestro espíritu, no obstante, siguen cerca de él. Así nos lo enseñó siempre. Así debemos seguir, sin desmayo, como él. Descansa en paz, seguro. Se lo ha ganado a pulso, ese que supo templar para curarnos, para transmitirnos que la vida no acaba con la enfermedad.
Desde aquí te mandamos una tarjeta postal con un rendido ¡GRACIAS! Procuraremos no desfallecer. Es grande el legado de tu humana sabiduría, de tu generosa entrega, de tu luminosa idea de prevenir para no tener que curar.